
Los Cuentos de Hadas han sido durante muchos años, una de las herramientas pedagógicas más utilizadas por los maestros en los primeros grados del sistema educativo, igualmente pertenecen al repertorio narrativo de padres que procuran continuar con la tradición oral, justo antes de ir a dormir. Por esta razón, es preciso reflexionar, si es conveniente o no, ubicar la imaginación infantil y juvenil en los relatos construidos hace varios siglos atrás en la cultura de los pueblos primitivos o en aquellos modificados e inventados por algunos autores de renombre como Perrault y los hermanos Grimm.
Historias de Princesas odiadas por brujas madrastras, príncipes salvadores de doncellas sumidas en sueños de cien años y lobos hambrientos, que no se sacian, aunque el menú sea abuelita a la plancha. Lo que se pretende es determinar la inocencia o culpabilidad de estas obras literarias y el bienestar de su influencia en el público más pequeño.
Algunos escritores abogan en su favor, asimismo recomiendan su presencia en el ámbito educativo, como es el caso de Luís Darío Bernal quien sostiene que el menor, en la lectura realiza identificaciones que le imprimen bondad, a la vez que le educan para el sentimiento; otros, por el contrario, los condenan al destierro total de la literatura, porque creen que los chicos no cuentan con la habilidad necesaria para separar la fantasía de la realidad; en este sentido Jorge Enrique Adoum opina que: “el niño tiende a confundir los contenidos literarios con la realidad por falta de elementos de juicio y comparación”. (Adoum, 2001: 3). Sin embargo, para asumir y defender una de estas dos posturas extremas, es importante considerar, en los párrafos siguientes, la posibilidad de examinar ambos planteamientos.
En el primer grupo se halla Teresa Colomer, quien registra los postulados de Bruno Bettelheim. Este psicoanalista atribuye a los cuentos de hadas una virtud terapéutica al asegurar que ayudan a cambiar la vida, debido a que alcanzan las capas oscuras del inconsciente, de igual modo, permiten la contacto con diversas visiones de mundo: “Insistió en la narración oral y en la repetición de los mismos cuentos para que produzcan su efecto de “medicina moral y educativa”. Esta concepción tan terapéutica de la literatura infantil, vista como una auténtica catarsis, ha sido aplicada realmente como tal por la corriente psicoanalítica”. (Colomer, 1998:56-57).
Entonces sería oportuno asegurar que en una realidad tan difícil como la que viven los niños en Colombia, donde muchos de ellos han sido testigos y víctimas de una guerra absurda entre el Gobierno y los grupos insurgentes, además de ser violentados en su integridad personal; los cuentos maravillosos constituyen una opción interesante de fortalecer la creencia en un final feliz: “la gran lección moral […] es el convencimiento de que siempre se puede llegar al final de todas las dificultades”. (Manila, 1982). Es un vivieron felices por siempre.
Contra lo que pueda parecer, en el segundo grupo, este teórico encuentra en Jorge Enrique Adoum, mencionado anteriormente, un fuerte detractor; en su artículo expresa: que este tipo de literatura es fuente de discriminación racial; incluso conducen al lector a que acepte con resignación su situación, sin buscar el cambio, peor aún, los culpa de ser los causantes de la pérdida de identidad nacional y de la ausencia de amor patrio, porque a través de ellos los arquetipos extranjeros son imitados: “Pero en nuestras sociedades, donde la discriminación económica coincide casi siempre con otra de índole racial, la tácita identificación de ese tipo de belleza con la bondad puede transformar en un sentimiento de inferioridad la justa desconformidad de las muchachitas indígenas, mestizas o mulatas, ya marginadas en la escuela y en la vida por niñas más o menos blancas, de las que generalmente son sirvientas”. (Adoum, 2001:3). Cobijado bajo este pensamiento, lo autóctono pierde su valor, su vigencia, es desplazado por una cultura invadida de una belleza caracterizada por la tez blanca, los ojos azules y una cabellera rubia ensortijada.
Es preciso en este instante, meditar si realmente los relatos, son inocentes o culpables de las decisiones adoptadas en el enfrentamiento de una dura realidad, y mucho más, si la predica no concuerda con la práctica o el modelo no corresponde a lo ideal; Luís Darío Bernal declara: “[…] no le neguemos a nuestros más pequeños lectores, heridos desde la cuna del más brutal y doloroso realismo, la posibilidad de sentir, soñar e imaginar mundos distintos, con el pretexto de un latinoamericanismo a ultranza que puede caer en un chauvinismo limitante.” Los responsables de los traumas, de la baja autoestima, de la violencia desmedida son, precisamente las personas que deciden imponer, utilizando los medios de comunicación masiva, una máscara de muerte.
En conclusión, el debate al parecer no tiene un fin cercano; los días demuestran que los argumentos positivos y negativos se hacen oír, lo interesante es que sea cual fueren los exponentes, no se puede negar que los cuentos de hadas son una forma extraordinaria de creer, que a pesar de todas las adversidades, de las malas noticias, vale la pena soñar. Como dijo Bernal:
No responsabilicemos a los cuentos de hadas de nuestras propias carencias. Traigamos al banquillo de los acusados a los responsables de nuestro atraso y manipulación cultural. Dejemos que la imaginación que ellos proporcionan revierta sobre la realidad de nuestros pueblos y la hagan, algún día, amable. (Bernal, 2001:11).
BIBLIOGRAFÍA
Adoum, J. (2001). “Las Hadas las prefieren Rubia”. En 50 libros sin cuenta, 2-6.
Bernal, L. (2001). “Las Hadas los prefieren imaginativos”. En 50 libros sin cuenta, 7-11.
Colomer, T. (1198). Los debates teóricos hasta los años ochenta. Madrid: Germán Sánchez Ruipérez.